Estoy leyendo una publicación deliciosa de Luis Alegre que compré en la estación de Zaragoza, después de una conversación larga y encantadora con el librero, en una de mis esperas interminables entre la llegada del AVE de Sevilla y la salida del tren de media distancia vía Caspe. Cómo no estaba mi amigo Santy tuve la afortunada idea de comprar "Cerca de Casa" que me recomendó el librero.
Hoy en Huffington Post he encontrado este artículo y como soy fans de Carmen, lo reproduzco aquí.
Carmen tenías que ser
Una tarde de 1989 el escritor Félix Romeo me empujó a entrar en un
bar de la calle San Antonio María Claret de Zaragoza. Se llamaba
Cinemascopa y tenía una singularidad encantadora: era un bar en el que
se podía comprar y leer libros. El bar lo regentaban dos chicas, Marta
Sanuy y Carmen, amiga de Félix. Al Cinemascopa fuimos con Almudena
Grandes a presentar uno de sus libros y con Fernando Trueba cuando vino a
Zaragoza a promocionar
El sueño del mono loco, la tarde de enero de 1990 en la que murió Barbara Stanwyzck.
Era
la época en la que yo solo iba a mi casa para comprobar si habían
entrado ladrones. Los viernes asistía con Plácido Serrano a las cenas de
la Peña Caracolera, una tertulia animada por dos tipos asombrosos,
Dionisio Sánchez y Curro Fatás. Dionisio y Curro, con la complicidad de
Esteban Zapata y su orquesta, se inventaron
Los jueves, bolero,
un ciclo de conciertos protagonizados, en su mayoría, por cantantes que
no lo eran: periodistas, gente de la cultura o políticos como Luis
García Nieto. Cada jueves actuaba una pareja de invitados. En una de
esas noches, Dionisio y Curro me emparejaron con Carmen, la amiga de
Félix del Cinemascopa. Nuestra actuación se celebró en el Teatro del
Mercado. Ella comenzó a cantar y el resto comenzamos a flipar. Carmen
era, naturalmente, Carmen París. Siempre presumo de haber compartido
escenario con este fenómeno. Qué curioso que a las dueñas de dos de las
voces más bellas que he escuchado -Carmen y Eva Amaral- las haya
conocido detrás de la barra de un bar de Zaragoza.
Carmen había
nacido en Tarragona en 1966. Su padre era de Samper de Calanda y se
dedicaba a vender muebles por las tiendas de la costa con una furgoneta
en la que también se subían su mujer y sus cuatro hijos. A Carmen le
encanta evocar esos momentos hippie bohemios. Carmen también refiere a
menudo lo que se querían sus padres y lo cariñosos que eran en su
familia: los domingos por la mañana los cuatro hijos acostumbraban a
invadir la cama de sus padres y a comerse a besos unos a otros. Esa es
una de las grandes imágenes de su infancia feliz, que, entre otras
muchas cosas, explica su incontrolable inclinación a la alegría.
La
familia París residió unos meses en Tudela. Allí fue descubierta como
cantante por Mosén Amado, que le daba catequesis. "El señor hizo en mí
maravillas", eso es lo que impresionó al cura en la voz de Carmen. Luego
se instalaron en Utebo, el lugar que Carmen más siente como suyo.
Carmen vivió en Utebo una infancia y adolescencia de lo más
entretenidas, entre el coro de la Iglesia, el atletismo, el baloncesto y
las clases de solfeo, canto, guitarra, violonchelo o piano. A su primer
profesor de piano lo conocía media España: era el pianista del Plata.
Carmen ayudaba en el bar que sus padres abrieron en Utebo, al que
acudían los americanos de la Base. Nunca en la historia de Utebo se
había escuchado tanto inglés como en aquel bar. Carmen fue una
estudiante un poco rara. Prefería las letras pero eligió ciencias puras
en el BUP con el objeto de estudiar Medicina y marchar de misionera
seglar a África. Lo que ocurrió es que Carmen repitió dos veces el COU
y, al final, optó por Filología.
Un día, en una boda, recibió una
propuesta de unos músicos que la habían escuchado en la Iglesia: hacer
una prueba para ser la cantante de la Orquesta Jamaica. En la prueba
Carmen interpretó todas las voces del
We are the world de
Michael Jackson y compañía y fue aceptada de inmediato. Con la Jamaica
se empapó del lado más bizarro del mundo que le cautivaba. Recorrió
cientos de fiestas de pueblos, bodas y verbenas. Ahí se curtió la Carmen
capaz de salir airosa de cualquier reto, de encarar todo tipo de
aprietos: en una verbena en Cantavieja, mientras Carmen cantaba, un
borracho se empeñaba en echarle mano al tobillo una y otra vez hasta que
Carmen le soltó una patada en la cara que debió frenarle el pedo de
golpe. El tipo, con la cara ensangrentada, se quejaba al tiempo que
señalaba a Carmen pero, como iba bebido, nadie le hacía caso. Otro día,
en Calamocha, se encontró con un abuelo y su nieto como únicos
espectadores. Eso no evitó que Carmen les interpretara todas las
canciones de su espectáculo
Carmen, la Nuit, un cabaré muy moderno que le escribió Alfonso Plou.
En 2002 llegó el gran momento: Carmen grabó su primer disco en solitario,
Pa mi genio,
y el mundo musical se rindió a su impactante trabajo, una apuesta
inaudita por un mestizaje de estilos, ritmos e influencias que jamás
sospechamos que pudieran casar tan bien. Miguel Ríos, Ana Belén, Joaquín
Sabina o María Dolores Pradera -con la que Carmen grabaría luego una
canción- me preguntaron si yo conocía a esa maravilla zaragozana. La
jota era la debilidad de Carmen y uno de los primeros sonidos de su
niñez: su padre era un gran cantador de jotas. Ella había aprendido del
bailarín Miguel Ángel Berna que la jota podía vivir otras vidas más allá
de lo bailado y escuchado siempre. Una de las canciones de su primer
disco,
Savia nueva -donde la jota se alimenta del aire del
tango y los ritmos afrocubanos- me pareció una joya total y durante una
temporada la escuchaba sin parar, tocado por la hermosura y el poderío
de la voz de Carmen.
La jota nunca ha dejado de ser la estrella de los otros discos de Carmen:
Jotera lo serás tú,
Incubando y el recién parido
Ejazz con jota,
que el miércoles 5 de junio presentó en el Teatro Principal. Es el
primer disco que Carmen graba sin el amparo de la multinacional Warner y
esa libertad la ha exprimido a tope. Ha superado con sobresaliente un
desafío muy peliagudo: fusionar la jota con el jazz y cantar algunas en
inglés, como modo de pasear la jota por el mundo. Jotas en inglés, jotas
a lo Frank Sinatra. Madre mía, desde que el Pastor de Andorra le cantó
en inglés a Kennedy no se había vuelto a escuchar nada igual. Carmen
tenía que ser. Ella se ha atrevido a desacralizar la jota para
enriquecerla. Y esa es una de las mejores maneras de quererla.
Este artículo se publicó originalmente en el diario
Heraldo de Aragón.